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Malos comportamientos

Niño enojado

A partir del año de edad que el bebé comienza a ser un niño, es normal que quiera quitarle un juguete a un amigo, gritarle, morderlo y hasta patearlo; también hacer bulla cuando otros duermen, tirar los juguetes, etc., son reacciones impulsivas que tienen ante algo que desean o que quieren expresar, pero se les debe enseñar a controlarlas y buscar otras formas socialmente aceptables.


Los niños pequeños pueden molestar a los demás simplemente porque no saben evaluar las consecuencias de sus actos, también pueden agredir a otros niños e inclusive adultos principalmente cuando: 


- Quieren algo que tiene el otro.

- Quieren jugar o hacer algo con otro niño y como no pueden entablar una comunicación la frustración los hace reaccionar con una agresión.

- Para defenderse de otro niño.

- O simplemente para ver “qué pasa”.

Agresividad

¿Se ha vuelto agresivo?

Si a tu hijo no le gusta algo, expresa su enfado con violencia. Aunque es su forma de exteriorizar las frustraciones, esto no significa que debas tolerar sus arrebatos de cólera

¿Cómo hay que actuar?


Un día cualquiera y sin previo aviso, nuestro hijo nos grita con rabia: '¡No, tonta!'. Pero si simplemente le estábamos quitando la tele, poniendo el babero, sacando del baño, cambiando el pañal... Si, además, nos alcanza con alguna manotada, la sorpresa y el enfado se unen. Pero si la conducta empieza a repetirse y va a más (se unen arañazos, tirones de pelo o mordiscos), se disparan las dudas. ¿Le estaré maleducando? ¿Le pegan en la guardería? ¿Serán cosas de la edad? También se multiplican las formas de responderle, en función de nuestro estado de ánimo.

Hay que tener paciencia

- La mayoría de las veces su comportamiento es una respuesta transitoria, sobre todo si la frenamos con nuestro ejemplo. Está atravesando una época especialmente difícil, no sabe reprimir sus frustraciones y busca una forma efectiva de comunicarse. Debemos dejarle claro que la violencia no lo es.

-  Para ello, nuestra respuesta es clave: con ella potenciaremos (o desactivaremos) la conducta violenta como forma de canalizar su enfado. Después, podemos preguntarnos por las causas de su comportamiento. Generalmente no es más que una frustración mal encauzada; pero otras veces podemos encontrar motivos que debemos atender. 

- Cuando la actitud violenta del pequeño es de leve intensidad (por ejemplo, nos dice 'tonta' como quien dice 'hola', sin mucha pasión), es conveniente hacer como si no lo hubiéramos oído. Al fin y al cabo, ni siquiera sabe lo que significa esa palabra, la ha oído por ahí y la repite. Si, ante actitudes inadecuadas leves, además de no responder distraemos su atención hacia otro tema, difuminamos su conducta agresiva, en lugar de potenciarla, que es lo que haríamos si le respondemos enfadados con un grito.

¿Castigo o se deja pasar por alto?

Cuando sus manifestaciones son más intensas, ya no podemos hacernos los suecos. Junto a la actitud de calmarle, debemos transmitirle un mensaje sencillo y claro: 'no se pega', 'no se muerde'. No hay que entrar en grandes explicaciones, pero sí acompañar el mensaje con el gesto y el tono adecuados: serios, tajantes, no furibundos. Si lo vemos conveniente, podemos aplicar un castigo negativo, que implica privarle de cosas que le gustan para que asocie una consecuencia desagradable a su conducta. Por ejemplo, si nos ha tirado del pelo y lo teníamos en brazos, sin grandes dramas podemos bajarle y decirle que no le volveremos a coger hasta que se calme.

Pero, en general, no debemos darles demasiada importancia a sus exabruptos, ni convertirlos en el centro de nuestras conversaciones. La atención es el reforzador de la conducta más potente. Tanto en positivo como en negativo. Por eso es mejor dejar siempre claro lo que está mal, pero también potenciar con nuestra atención lo que hace bien. Finalmente, podemos hacer las paces y demostrarle que no estamos enfadados.

Principales errores de los padres

- La agresividad no se aprende, es una emoción básica de supervivencia, y se genera ante un estímulo exterior que percibimos como una amenaza. En sí misma es sana. Lo que sí aprendemos es a canalizar la agresividad de forma positiva (la traducimos en acción que nos ayuda a avanzar), o negativa: la violencia. Cuando nuestro hijo opta por la vía de la violencia, hemos de enseñarle otros caminos.

- No debemos responder con risas a un tirón de pelos o a un arañazo: podemos darle a entender que es un juego, y esto le animará a repetir. Tampoco es buena idea mostrarnos indiferentes: 'pobrecillo, aún no sabe expresar con palabras su frustración'.

- La forma más adecuada de contrarrestar su impulso belicoso es aplicar todo lo contrario: la calma. Nuestro objetivo durante las crisis será desacelerarlo. Si está muy alterado podemos incluso inhibir su movimiento abrazándolo y hablándole bajito, pero nunca zarandeándolo (le estaríamos traspasando nuestra tensión).

Límites desde pequeños

La imposición de límites se debe realizar desde el momento en que el bebé comienza a desenvolverse en casa diciéndoles las cosas que no se deben hacer, no se debe dejar hacer todo lo que quiere porque es sólo un bebé, se debe enseñar que hay cosas que no se deben hacer y repetirlo todos los días cada vez que las hagan. Imponer límites no significa convertirse en un padre dictador, los límites deben imponerse de manera firme pero no brusca, las reglas deben ser claras, justas y siempre se les debe explicar el por qué. Por ejemplo si nota que su hijo está quitándole un juguete a otro niño se le debe decir “no debes quitarle el juguete a Mauro porque se pondrá triste” o “no le pegues a Carla porque le duele”, luego se le debe orientar o enseñar a encontrar otro camino: “mejor esperemos a que Mauro termine de jugar para que te preste el carro”, “vamos a decirle a Carla que te preste el cuento” o “mejor leemos el cuento junto con Carla”.

Los límites estarán no sólo en sus relaciones con los demás niños, sino con todos, si papá está tomando la siesta y el niño está haciendo bulla se le debe indicar que no haga ruido “no hagas bulla porque papá está descansando, mejor vamos a jugar al jardín”, si en algún momento no le sale algo bien y comienza a tirar los juguetes “sé que estás molesto porque no completaste la torre pero vamos a intentarlo nuevamente, además no debes tirar los juguetes porque se romperán”

El agradecimiento

El mejor método es ser un buen ejemplo para él. Cuando recibas un regalo, muestra tu agradecimiento. Si tu hijo te hace un dibujo, dale las gracias y dile lo que te gusta del dibujo.

Enséñale a decir gracias (y a escribir notas de agradecimiento), y alábalo cuando se muestre educado, en lugar de corregirlo cuando no lo sea. Si recibe un regalo de un pariente y dice gracias, dile cuánto te ha gustado su comportamiento, lo estupendo que es y lo mayor que parece.

Otra buena manera de ayudar a tu hijo a valorar sus regalos es no darle todo lo que quiere. Es posible que te sientas tentada a darle todo tipo de juguetes y objetos materiales, pero concederle a un niño todos sus caprichos no le dará la felicidad, y a menudo lo que se consigue es que deje de apreciar lo que ya tiene. Así que, cuando tu hijo en edad preescolar celebre un cumpleaños, por ejemplo, dale sólo uno o dos juguetes en lugar de media docena, o bien cómprale juguetes que no sean muy caros. Después de todo, lo que los niños necesitan y valoran más de sus padres es el tiempo que pasan juntos.

Si tu hijo recibe una paga semanal, déjale ser responsable de comprar los juguetes que le gusten y conseguirás que sea más selectivo a la hora de gastar su propio dinero. Puedes considerar la posibilidad de dar un porcentaje de su dinero a una causa caritativa, lo cual es una manera sutil y eficaz de enseñarle que es más afortunado que muchas otras personas.



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